Acompañándome
Hay momentos de la vida donde tengo que decidir acompañarme, estar conmigo, girar en “U” para volver a mí; acariciar la soledad y besarla en la boca; volver a sentir sin la necesidad de un respirador artificial o caminar sin una muleta emocional, se trata de entrar en una sana, armónica y ecológica conexión con mi yo real, con mi alma, es algo mucho más denso que la personalidad que he forjado para adaptarme al mundo. La vida, que es sabia, de cuando en cuando me regala dosis inesperadas de “pisa tierra” y me susurra al oído: Mírate, eres vulnerable. Y cuando estos momentos llegan, siento que le pego la cara al piso y el dolor obnubila mi entendimiento; la autoestima se me decolora como cuando agua cae sobre un cuadro hecho en acuarelas y pierde sus colores, forma y sentido; se me hace pesado el caminar y peor aun el avanzar. Estos momentos no se curan ni en el confesionario, ni con la mayor creencia religiosa que habita en mí; tampoco pueden hacerlo la bruja Madama Kalalú