Así se hicieron Flores de Navidad

Era un jardín simplemente hermoso. Sin duda, una comunidad feliz, llena de rituales y costumbres únicas e irremplazables. Al menos era eso lo que creían quienes orgullosamente habitaban ese rojizo lugar.

Cuentan que, en una fecha como hoy, cerca de celebrarse el nacimiento del hijo del creador, a una de sus flores se le ocurrió la idea de salir a explorar otros jardines. Para ello, invitó a sus cuatro mejores amigas, de las cuales solo Xiomara, temerosa de abandonar las certidumbres, prefirió no acompañarlas.

Aurora, era seguida por Juana, Palmira y Angélica. Emprendieron el viaje, en una carreta pintada de celeste que, danzando por caminos de arena, marcaba traviesamente el paso con saltos repentinos, que dibujaban una sonrisa nerviosa en cada acto de elevación involuntaria.

Luego de ese baile epiléptico, llegaron al rosal Arequipeño. Su primera sensación fue de confusión. Había una extraña mezcla de colores en la que, el rosa pálido y el amarillo, matizaban la costumbre de que allí, en la noche buena, nadie visitaba a nadie. Cada quien oraba y cuidaba a sus capullos.

No parece un lugar muy cálido - Dijo Palmira.

Y se sumó Juana diciendo: - Inseguro y aburrido, además. ¿Cómo confiar en una comunidad que no comparte y que pasan la noche rezando? ¡Así tendrán sus almas!

Angélica sentenció - Mejor no vamos.   

Aurora, aceptó la propuesta. Ahora, transitaban por caminos montañosos y fríos, muy desolados, de caseríos pequeños y flores muy extrañas. Lugares que con solo verlos y cruzar sus miradas, sabían que no era donde querían estar, en tan importantes fechas.

Más adelante, llegaron al Jardín de Girasoles de Temuco. Agotadas, un poco marchitas, estaban. Pero nada que no pudiera ser reparado por el descanso. Así que como ya se acercaba la noche de navidad, iniciaron su carrera contra el tiempo. Cada una asumió una tarea distinta. Aurora se dispuso a organizar la comida y bebida de esa ceremonial cena, buscando los ingredientes de su platos más tradicionales y representativos. Sus amigas se distinguieron por armar la decoración y preparar los rituales.

¡Un pedazo de nuestro jardín aquí ha de florecer! ¡Han de ver nuestros hermanos lo bonito que sabemos hacerlo para que se animen y celebren “a nuestra manera”!

No obstante, cuando comenzaron a elaborar su festín, notaron que algo les había atravesado el pecho en el largo viaje de la carreta celeste, pues en la mesa y en los colores elegidos, habitaba el profundo cuidado de unos por los otros, la oración meditativa, el necesario silencio de páramos, la brisa fría del alma y el alegre amarillo de los girasoles.

Guardaron silencio al ver y verse de nuevo. Honrando y agradeciendo los caminos y sobresaltos. Aportando su riqueza de costumbres y dejándose tocar por los ritos de otros jardines que al final, han prestado su fértil tierra para nuevas siembras.

Esa noche en silencio amoroso, las flores se dejaron abrazar por una nueva tradición y entendieron que donde hay un encuentro, una palabra, una alabanza, unos brazos abiertos y una disposición al complemento…Allí, está Dios…recién nacido…para que la vida siempre esté comenzando.

Y así fue, a la mañana siguiente, como regalo del universo, las flores amanecieron con los pétalos alargados de montaña, brillos intensos de girasol, con la belleza viva de la ofrenda de las oraciones en sus aromas y el tallo fuerte de su jardín originario.

Y cuentan que así, empezaron a poblar la tierra, lo que hoy conocemos como las flores de navidad. 

Sirva este cuento escrito junto Marvin de Los Ángeles Colmenares, como  regalo para una navidad donde florezca la aceptación y el amor por los otros.


Amancio Ojeda Saavedra    //      Marvin de Los Ángeles Colmenares
@amanciojeda                               @marvindelosangeles 

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