Tiempos malos
Cuando la vida, el universo o, vaya usted a saber
quién nos nubla la visión, se nos cierran los caminos, y todo nos sale al revés; cuando
el mundo se nos hace grande y las salidas angostas; en esas temporadas
(que parecen eternas) que de manera
recurrente nos invitan a hacernos la interrogante: ¿Por qué todo esto me pasa a
mí? Buscando una explicación a tantas
circunstancias para un solo cuerpo, surgen igualmente otras preguntas: ¿Qué
hacer? ¿Por dónde comenzar? Entre otras.
Sin duda que no hay
recetas mágicas, ni pócimas, ni bebedizos; en la farmacia no venden
todas las soluciones, y los cajeros automáticos nos dispensan billetes de paz
interior. Estos tiempos malos exigen tanto, que de sólo pensar cuantas cosas
pasan y cuantas cosas se necesitan para
resolverlas, la mente se agota, el cuerpo trabaja con la reserva de energía, y
el espíritu se opaca.
La cotidianidad está llena de “sabios” consejos, que se
conocen desde siempre, y que quienes escuchan tu lamento, te los repiten, para
darte una bocanada de esperanza. Los refranes y consejas populares son una
muestra, aquí algunos de ellos: “Al mal
tiempo buena cara” “Todo pasa” “Si tiene solución no te preocupes, y si no
tiene, entonces: ¿Para qué preocuparse?” “Dale tiempo al tiempo” “Con
preocuparte no ganas nada” “A grandes males, grandes remedios” “Al mal paso
darle prisa”. Y así podría continuar mencionando expresiones que sabemos y nos repiten con la mejor de las
intenciones. Yo debo confesar, que cuando vivo esas temporadas desafiantes, y
alguien, desde su mejor intención, acude a uno de estos lugares comunes,
mentalmente me pregunto: ¿Aplicará así de fácil esto que me dice cuando él (o ella)
anda en una “mala racha”?
Que
me funciona
Como todo ser humano he pasado por varias temporadas como
las antes descritas, incluso, por “tornados existenciales” que parecen ser más
complejos y angustiosos que una quiebra económica. Hoy he desarrollado algunas
prácticas que me funcionan, y no porque a mí me funcionen le tienen que
funcionar a otros. Las comparto a modo de cada quien se sienta libre de
practicarlo, y sobre todo, invitarlos a escribir “su método de resiliencia”,
dado que cuando se escribe, lo abstracto del pensamiento toma forma y sentido.
Primero, vuelvo a mí: Una de las cosas que hacen las
circunstancias complejas, es alejarme de mí mismo, y me pierdo en pensamientos
y acciones que carecen de sentido, para el momento que estoy viviendo.
Cuando me doy cuenta que estoy aturdido, busco de
manera consciente salir de rol de víctima, me digo: ¡Alto de pobrecito yo! Y me
hago responsable de lo que ocurre. Escribo un inventario de todos los flancos
abiertos, y de los recursos que tengo para cada caso. Es una forma de
inventario personal sobre los recursos materiales, intelectuales y emocionales
con los que sé que cuento. Hacer un mapa mental me ayuda a ver todo más claro e
interrelacionarlo.
También, comprendo que no soy sólo y que me es permitido
pedir ayuda; lo hago desde invocar y pedirle a mi amada Virgen de Chiquinquira,
dándole fuerza mi fe. También, y sin complejos ubico a los posibles aliados,
para tenerlos identificados al momento de necesitarlos. Este hito me pone los pies sobre la tierra, me deja
ver exactamente donde estoy.
Segundo, activo el buscador de soluciones:
Comienzo a darle orden e importancia a
cada situación que merece mi atención,
les resto poder a las que no merecen mi tiempo,
y traigo al consciente las que estaba ignorando o evadiendo.
Desgloso cada problema
y comienzo a pensar en soluciones, en vías alternas sin
violar mis principios; me cuestiono el modo en que estoy resolviendo, para ver
si consigo nuevas formas de ver “la luz al final del túnel”.
Aquí también hago algo que me abre nuevas ventanas,
llamo algunos amigos que son modelo de
pragmatismo, de esos que no se enrollan,
son creativos y las soluciones las
tienen a flor de piel. Otra opción que
uso con frecuencia es llamar a uno de mis Coach, y con sus servicios me nutro y
veo nuevas opciones.
Finalmente, me pongo en acción: sé que por mucho que
desarrolle unos planes que parecen “perfectos”, esos tiempos se caracterizan
por cambiar el orden de las cosas, eso ya no me saca de mi centro. Me pregunto: ¿Es realmente una emergencia? Y si
lo es, atiendo esa situación que
no puedo eludir, y vuelvo a mi plan, a las acciones diseñadas, me empeño en
solucionar una cosa a la vez. No importa las veces que vaya y venga (a las emergencias), volver al plan
me genera orden en medio del caos.
Los pasos descritos, me ayudan de manera “sencilla” a
pasar esos tiempos malos, a vivirlos con más enfoque y con menos ansiedad; esta
guía me permite avanzar, y poderlo notar.
Vistas desde lejos todas las crisis se parecen, pero
cuando estamos cerca, la diferencia la marca el ser en que nos convertimos
cuando salimos de ellas. Querido lector:
¿Cuál es su método para superar los “tiempos malos”?
Amancio Ojeda Saavedra
@amanciojeda
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