Ya lo decidió… se va.
Llega el día, y estas allí frente una juventud que
deja sus raíces; jóvenes que difieren la cercanía con sus afectos; supeditan
las amistades a la proximidad virtual; dejan que la historia de su país la
construyan otros; no hay argumento que valga, se trata de irse para un mejor
vivir.
Cada quien le puede poner el calificativo que desee, desde “huir como un cobarde” o “un
valiente que es capaz de sacrificar la comodidad que tiene, para volver a
empezar”, no importa lo que otros digan, eso
es accesorio, lo que importa es que
la decisión se tomó por un mejor vivir.
Más allá de la repetida foto, de unos pies en posición
de abandono sobre la obra de Cruz Diez, hoy desgastada de tantos pasos hacia la
salida; o la escena desgarradora del llanto por la separación frente a “la
puerta de los lamentos”, esa que se abre automáticamente para dejar ver el
flash cuando chequen la salida en inmigración;
las miles de bendiciones que reciben de padres y abuelos; las carreras
de última hora, las trabas y un sinfín de emociones encontradas; lo que importa
es que esa procesión de emociones se vuelven indelebles en el alma, se montan
en un avión y dejan un país.
Veo una niña, le calculo 11 años, se aferra a las
piernas de su papá, no comprende la ausencia, mucho menos la decisión; el papá
no tiene palabras, sólo la abraza y lloran juntos. Pienso que el daño emocional
es mayor al que las estadísticas puedan cuantificar.
Las frases de consuelo son comunes, las decisiones
parecen ser sustentadas en la misma realidad, los destinos variados, unos para
el norte y otros para el sur, el este y el oeste, también son una opción para
encontrar posibilidades.
Poco
(o mucho) valen el bojote de
consejos que reciben de quienes se adelantaron y ya viven un “exilio por
elección”; la experiencia será propia, la historia es individual, lo trágico o lo glorioso dependerá de lo que
sean capaces de hacer, con lo que hicieron de ellos. Con una experiencia como
esta, siempre se sumarán cuentos para los hijos y nietos; también, dígitos a la
cuentas de un país que está aprendiendo a mutar en otras culturas.
¿Habrá un país educado para ser inmigrante? No lo sé.
Lo cierto es que la nación de Bolívar,
la de la bandera tricolor y ocho
estrellas, la que se para frente al mar Caribe a recibir la brisa fresca, este
país, que su gentilicio es tan
particular como alegre, es muy mal
educado al momento de ser un
forastero.
Corresponde a todo aquel que decidió tomar las maletas
para irse, llegar a ser un embajador de lo mejor de esta tierra, y resaltar los
principios y valores de una nación bien educada; a quienes se van, le pedimos
que muestren lo emprendedores, respetuosos, honestos, humildes, profesionales y
chévere que aprendimos a ser.
En los cestos de basura de los aeropuertos, los invito
a dejar: la viveza criolla, la fantasía de creerse una raza superior, la mala costumbre de usar el sarcasmo
ofensivo, y el irrespeto al gentilicio que los recibe en su casa. Cuidado con
estas y otras conductas que hacen que se desarrolle la Xenofobia. Sé que somos
mucho mejores que estos comportamientos tan nocivos.
Allí estaba yo…
Acompañando en la larga cola al pasajero, que con ansias
quiere recibir su ticket de abordar, aprovechando para darle los “sabios” consejos;
me descubrí parado pisando los azulejos de Cruz Diez frente a la “puerta de los
lamentos”; bendiciendo a mi amado hijo y
sintiendo como deja su hogar, me doy cuenta que
se lleva todo lo que este país le significa, resumido en una bandera y
una gorra. Sólo puedo pedirle que crezca
y que sea feliz.
Amancio
Ojeda Saavedra
@amanciojeda
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