El poder, los derechos y la hipocresía



El poder se ve diezmado, pobre, agotado. Luego de tanto andar, y demostrar su fuerza, su entereza, de saberse grande y omnipotente, llega su hora menguada. Estorba su tristeza.  Ya ni la soberbia tiene carácter, ni credibilidad, para traer al poder a sus días más nobles, donde podía hacer alarde de pujanza y "sabiduría", ya el poder no es el mismo y jamás lo será.

Los derechos se asoman, se ven los unos a los otros con cariño, con interés, con ánimo de preservarse juntos, saben que es ahora su tiempo, no hay salida, no hay escapatoria, o juegan a ganar o los aplastará los últimos allegados al  poder. Los derechos y el poder más noble, son una casta, aunque en el camino se hayan desviado, aunque los tantos partos mutilados del poder hayan generado heridas que siguen abiertas, los derechos gozan de la salud y la razón, de ser el principio y la causa del poder.

La hipocresía muestra sus mil caras, llora cuando le toca, manipula al poder, cree que es su mejor momento, hace su sacrificio. Ser la hipocresía también tiene su trabajo, en ocasiones 24 horas al día. Se maneja con cautela, se contradice, se defiende, es hábil, jabonosa, se alía con “los mejores” para lograr su plan de llegar al poder, a costa de los derechos. Suele cometer muchos errores, pero hay algo que hace muy bien, ensalzar al poder, sobre todo en este momento.

Cada quien hace su trabajo, todo gira alrededor del poder, los derechos temen, pero saben poseer las fuerzas para mostrar (finalmente) que si pueden hacer valer su voluntad. Los derechos se unen, no cantan victoria, saben que al camino le quedan muchas millas y muchas piedras. Por su parte el poder lucha por sobrevivir.

El poder no es tonto, a veces se hace. La hipocresía usa la seducción, una enlatada lealtad, habla el lenguaje que al poder le gusta escuchar, busca aliados en algunos derechos, confabula con sus esbirros naturales: el oportunista y la amoralidad. Por su parte el poder lucha por sobrevivir.

Pocos conocen las verdaderas intenciones del poder, es una máquina pensante, poco actuante, el miedo lo tiene paralizado; se queja del dolor, sabe cuánto se equivocó en su tiempo de reinado y bonanza, ya las mea culpa no sirven, no hay rectificación que lo lleve al mismo  lugar, su estructura esta corroída, se quiebra por pedazos, o se sirve de un milagro divino o llegará el fin de la agonía. El poder ora por un milagro.

Los derechos no se alegran del fin del poder, su búsqueda siempre ha sido  estar en el lugar que les corresponde. Mientras los derechos se basan en principios, la hipocresía actúa sigilosamente cavando las bases y las fuerzas del poder. Mientras los derechos actúan sin desespero, la hipocresía corre a toda marcha por el botín. Cada movimiento de los derechos, por pequeño que sea, le roba el sueño a la hipocresía, se le notan las ojeras, multiplica la adulación al poder, se apoyará en la corte celestial de ser necesario. El poder cada minuto reza por un milagro. 

El poder, los derechos y la hipocresía comen juntos, y  a pesar de ese hecho, no hay forma que logren tener un objetivo trascendente común; cada uno, tiene diferentes semillas para sembrar, pero la tierra no está fértil y todavía falta tiempo para el invierno.  

En este caso no hay certezas, en este caso sobran las  interrogantes; solo hay pocas cosas divisibles, como que: la hipocresía acelerará su plan; los derechos se sienten más seguros que llega su momento, y el poder seguirá orando. 

El poder dice adiós. 

Amancio Ojeda Saavedra
@amanciojeda (Instagram y Twitter)

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