La esperanza en la pobreza de mi país.




Dado el asueto  de  la semana mayor, tomé a mi familia y  emprendimos un viaje a nuestros afectos, como en ningún otro viaje estuve tan cerca (o tan atento) a la existencia de la pobreza y la esperanza, en todas las formas que tenemos como nación. 

El primer encuentro fue viajando desde Valencia a Maracaibo, hicimos una parada para comer en Barquisimeto, y m

e consigo que en una feria de comida de un Centro Comercial, una cadena internacional de comida rápida, me niega las servilletas que solicitamos, dado que están contadas por el número de comensales; me pareció sorprendente, me pregunté: ¿Esto pertenece al ámbito de la mezquindad o de la economía nacional? Lo cierto es que la pobreza que haya sido, me negó la posibilidad de limpiarme las manos y la boca mientras comía. Minutos más tarde, me conseguí con la esperanza, cuando un joven me atiende muy  gentil y diligente, y dado que me equivoqué en el pedido, él me cambió el café, preparándome uno  nuevo para mí completa satisfacción.  

Ya en mi ciudad natal Maracaibo, lugar donde está la mayoría de nuestros familiares; nos juntamos con el ánimo  de  celebrar el encuentro, buscamos por todos lados unos kilos de Carne para  hacer una parilla y: ¡Sorpresa! No había carne en ningún lado, no por razones de las fechas santas, la causa es que los pocos productos cárnicos que se producen, se vende en la frontera,  este encuentro con la pobreza me dio un golpe en el estomago. 

También la esperanza que podemos construir un país mejor  dijo: ¡Presente!, una conversación con un amigo emprendedor, con posibilidades de tomar otra nacionalidad, por ser hijo  de  padres Españoles,  me juró que se queda en el país y en Maracaibo, esta frase fue contundente para reafirmar su  propósito: “Sigo invirtiendo en Venezuela, haré crecer mi empresa y aquí quiero ver nacer mis nietos.” 

Junto a mi Madre.
Parte del viaje, era ir junto  a mi madre al noveno rosario de mi tía Isabel (Q.E.P.D), quien la vida no le dio posibilidades de lograr una mejor calidad de vida, y  en su casa y su entorno la pobreza estaba presente de mil  maneras.  La llegada a su casa en La Ceiba (Sector “El 23”) del Estado Trujillo, fue una suma de bofetadas por parte de la pobreza, vinieron una tras otra; aquí algunas de ellas: el poblado estaba alborotado, había un camión vendiendo leche a precio regulado, la gente iba y venía buscando la forma de obtener ese sustento para los cientos de niños que corrían descalzos en la calle, la cola era de magnitudes escalofriantes, ver a la gente dejando su tiempo y  su  dignidad en pleno sol era (y sigue siendo) un acto doloroso. Otra de las bofetadas, saber que muchos de los nietos adolescentes de mi amorosa tía, no saben ni leer ni escribir (pobre sistema educativo). 

Para colocar la sombrilla que le faltaba al coctel, en este encuentro con la pobreza, ya cerca de nuestro  regreso esa tarde, llega un joven de 16 años, interrumpe una conversación, a viva voz, con una pose de poder y un atuendo muy particular, dice: “Ahora si… tomen fotos, llegó el pran”. Ver que un joven prefiere mostrarse como un pran, y no como un poeta, deportista, maestro o emprendedor; fue cuando  menos, una fractura a la poca esperanza que me quedaba ese día. 

Ante la tragedia antes narrada,  dos (2) hechos traen de nuevo la esperanza, la primera: andando por ese pueblo, choco con la imagen de una mujer joven, embarazada, sentada en el frente de su casa leyendo una obra del ilustre Venezolano Rómulo Gallegos, nada más y nada menos que “Doña Bárbara”. La segunda: Visitar los sembradíos de plátanos, cambures, y muchos árboles frutales, donde los jóvenes (muchos menores de veinte años)  sirven de regentes de  las tierras, se asocian con los dueños y las ganancias son compartidas en partes iguales.

Seguimos rodando, ahora para el Táchira, si no tienes un Chip para echar Gasolina, podrías quedarte sin combustible en medio  del camino, nosotros no lo teníamos, así que fuimos precavidos, y en la Villa del Rosario, hicimos una cola de dos (2) horas para reponer combustible, rodamos hasta la E/S Catatumbo, allí llegamos tarde, 15 minutos antes se había terminado la Gasolina. 

La preocupación llegó a la mente de todos los que estábamos abordo, conversando sobre las posibilidades con los que estábamos en la misma situación, y surgió un joven lugareño que no llegaba a 14 años, y nos ofrece 20 litros de gasolina a casi Quince Mil (15.000) veces su valor; no lo podía creer, no por la reventa (que ya es bastante), sino como un niño que debería estar jugando pelota, está vendiendo Gasolina. No  acepté su  oferta, le eche la bendición y  continué el camino. Caía la tarde, mi alma iba arrugada; hasta las canciones más alegres de mi reproductor sonaban tristes, creo que fue la sensación de todos, el silencio sólo subrayaba la impotencia. En esta oportunidad la pobreza parecía que rompía la esperanza de tener una juventud formada en principios mejores que las generaciones que le antecedieron. 

Junto a mí padre y a mi hermano Alejandro Enrique.
Junto a mí padre y a mi hermano Alejandro Enrique.
Regresar a San Cristóbal y encontrarme con mi padre y mi hermano; visitar la ciudad y ver los grupos familiares llenos de fe, recorriendo los siete templos; ver nuevos negocios; pasar por “El Mirador”, lugar hermoso que construyó mi amigo Leonel Rivera junto a su esposa, un sitio  donde se usaron los mejores criterios de calidad; ver gente que sonríe y  saluda con cordialidad, a pesar de la dura escases que viven, entre otras cosas. Reafirmaron en mí la esperanza que será le gente con valores familiares, los que harán de cada cuadra, cada municipio y  del país, un lugar donde el orden sensato de cada aspecto  de la vida, le gané el espacio a la pobreza. 

Trabajo por una Venezuela que tenga más valores humanos que los recursos naturales que poseemos.    


Amancio E. Ojeda Saavedra 
@amanciojeda 
                

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